La Milicia Bolivariana como componente de la nueva Doctrina Militar Venezolana




 Juan Carlos Peña Matus
De las definiciones...

El término milicia cuya raíz latina –militia– se traduce como “gente de guerra” según el Diccionario Larousse (1985: 683), se ha usado frecuentemente para referirse a todo aquel que participa de la guerra. Sin embargo, este término en el devenir histórico ha adquirido usos más restringidos, tal es el caso cuando se refiere a una fuerza militar compuesta solamente de ciudadanos, esto  implica de algún modo una diferenciación entre dicha condición y la de soldado, estableciendo atributos distintivos para cada cual.
Este es el uso que nos interesa destacar para poder abordar esta investigación ya que nos permite tener un marco de referencia que, aunque especifico, es suficientemente amplio como para entender dicho concepto de manera diacrónica,  abordando sus formas y funciones.
Las funciones de una milicia, en tanto organización social, dependerán del contexto histórico, social y político del territorio particular sobre el cual actúan, lo cual le otorga a las milicias un sentido específico dentro de la estructura general de poder de dicho territorio.
En el caso de la Milicia Bolivariana, como cuerpo militar compuesto de ciudadanos voluntarios, es decir que su incorporación no es producto de un reclutamiento forzoso, es en sí misma  expresión de una política de Estado, a su vez, parte de  la nueva Doctrina Militar Bolivariana,  que se encuentra dentro de un contexto histórico específico, en el marco de un proceso cuya dinámica de cambio acelerada ha introducido grandes modificaciones al aparato de Estado,  produciendo enormes transformaciones en los aspectos sociales, económicos y políticos de la nación venezolana. Además se encuentra en un contexto internacional cuyas implicaciones determinan en buena medida el rumbo que ha seguido como proceso. Hay que entenderla por tanto, conjugando ambas visiones, desde adentro y desde afuera para llegar al sentido específico de la Milicia Bolivariana, como mecanismo de defensa y protección, como organización social,  y, sobre todo, como el resultado concreto del acumulado histórico del proceso bolivariano que vive  Venezuela.

Antecedentes
En Europa, la distinción entre milicias y otro tipo de formación militar es irrelevante hasta bien entrado el siglo XIX, particularmente en los Estados hispanocristianos de la Edad Media, el ejército no constituye un cuerpo armado permanente, se recluta y organiza cuando lo exige la inminencia de la guerra. Por el contrario, lo único que tiene carácter permanente es la milicia real (militia regis, mesnada) que son los grupos guerreros o vasallos al servicio de los señores que desde el siglo XI, constituyen las guarniciones de los castillos y fortalezas fronterizas (Guia, 2019: 13). Después, durante la baja Edad Media, se acentúa la tendencia a emplear tropas mercenarias, reclutadas no solamente entre los naturales del país sino entre los extranjeros, al punto que esas huestes mercenarias pasan a constituir el núcleo del ejército real, constituido por las huestes del Rey, por las huestes señoriales, y por las milicias concejiles, éstas últimas  desde el momento en que las poblaciones se organizan en municipios (Ibíd.).
Al iniciar la conquista de los territorios ultramarinos, la monarquía española estaba en plena ebullición modernista, medidas como institucionalizar el ejército cuentan entre sus notables avances en materia política, económica, militar, científica, etc. Dicho ejército o huestes del rey, contaba con una estructura compuesta por: vasallos nobles (que son su componente armado), los caballeros y las tropas movilizadas (formada por los peones, villanos y ciudadanos del feudo) siendo el servicio militar un deber público que está en obligación de todos los pobladores de los reinos cristianos (Ibíd.).
 Al comenzar el proceso  de  exploración y conquista de los territorios del continente americano hay un concepto de milicia que tiene una larga historia. En  principio, milita regis, cuerpo militar armado cuya estructura está en directa relación con el régimen Feudal imperante, estando al servicio de los Señores Feudales, evoluciona en una milicia concejil, especie de tropa movilizada, que  junto a una élite armada conforman un ejército regular al servicio del Rey católico. Sin embargo, en  principio lo que llega al continente americano es una estructura más simple. Las expediciones guerreras iniciadas con apoyo de la corona, cada vez más numerosas y organizadas, fueron formando una estructura en el área militar cuyo carácter nunca quedo del todo claro, pues estaban  al mando de una figura que constituye una dualidad  entre la autoridad civil y la autoridad militar, expresada en el binomio capitán-conquistador; sujeto que gracias a una merced real según la normativa aplicable al ejército peninsular o por capitulación, conforme a la normativa indiana, desempeña la función militar sin necesariamente poseer experiencia militar (Guia, 2009: 14). La tropa de dichas expediciones estaba formada a partir de un proceso de reclutamiento que se sustentaba en el servicio militar, o servicio de huestes, al cual estaban obligados todos los ciudadanos de los reinos de España, por tanto eran unas pequeñas milicias armadas (Ibíd.).
Digamos que hasta allí las necesidades de contingente militar para las campañas de ocupación y posterior dominio del territorio, son cubiertas con este básico mecanismo de defensa y protección. Sin embargo, sólo en principio, el territorio ocupado por la fuerza fue controlable mediante la creación y organización de pequeñas milicias o grupos armados traídos desde el viejo continente. Pronto esto no sería sostenible, sobre todo en la medida que los asentamientos se hacían cada vez más permanentes, por lo cual fue necesario transplantar esa estructura básica al continente, pero en este caso se trataba de milicias compuestas de vecinos, es decir, peninsulares o colonos, que en la medida que pasa el tiempo son sustituidos por  sus hijos nacidos en el continente, quienes continuarían con el proceso.
 La colonización tiende a consolidarse, en buena medida producto de la encomienda, una especie de estructura agraria-explotadora usufructuaria de los territorios a colonizar, a través de la cual se desarrolla un proceso de reordenamiento de la población indígena (dominada), concentrándolos en núcleos poblacionales llamados pueblos de indios, que junto con otros asentamientos de blancos criollos conformarían el ordenamiento espacial del territorio. Este nuevo ordenamiento territorial va a forzar la creación de nuevos mecanismos de defensa y protección más avanzados en la medida que los nuevos asentamientos se van haciendo más grandes y, en particular, exitosos en la explotación de los recursos económicos del territorio conquistado.
En las postrimerías de la etapa de colonial, es decir a finales del siglo XVIII, España ya ha desarrollado plenamente su aparato militar en las colonias ultramarinas. Las reformas borbónicas han consolidado una serie de políticas que le han permitido extender su control territorial a todos los rincones de su vasto imperio, aunque con ciertas dificultades y limitaciones pues no todos los territorios tenían el mismo grado de control militar.
En el caso del territorio venezolano, lo que entonces fue la Capitanía General de Venezuela, por su naturaleza de puertos expuestos a las incursiones piratas, mantuvo una política defensiva impuesta por la corona basada en la construcción de varias fortificaciones militares en las principales ciudades costeras –Maracaibo, Puerto Cabello, La Guaira, Cumaná, etc.–, impulsadas muchas de ellas por la Compañía Guipuzcoana para controlar el monopolio de exportación y contrabando, además de  las funciones de protección costera (Guía, 2009: 14).
Esta situación de vulnerabilidad estratégica obligaba a tener contingente de tropas permanentes para las fortificaciones, además de las otras labores de defensa y protección. Por lo cual fue establecido en la legislación indiana la obligación de llevar las armas a los vecinos y en el caso particular del encomendero, cumplir con las razias del servicio de reclutamiento. Estas milicias conformadas por blancos criollos pertenecientes a las capas superiores de la sociedad provincial, a finales del silgo XVIII ya no eran suficientes para tal fin, entre otras cosas porque siempre fueron la población minoritaria, por lo que la corona se vio obligada a abrir el espectro de reclutamiento e incluir a los pardos, cuarterones, mulatos, morenos y negros  para formar batallones o compañías de milicias, para así aumentar progresivamente el número de individuos armados y defender los intereses coloniales de la corona española (Guia, 2009: 15).
A modo de balance de final de siglo, la Capitanía General de Venezuela cuenta con un cuerpo de leyes que reglamenta y regulariza el proceso de conformación de las milicias como base estructurante del sistema de protección y defensa, lo que le permite sostener un aparato militar, que a pesar de las limitaciones en cuanto a vestuario, armamento o pago y tiempo de servicio, es funcional para las condiciones particulares de la Capitanía.
Las milicias regladas conformadas a partir de 1771 por las reformas borbónicas introducidas por el rey Carlos III, estaban organizadas de acuerdo al color de piel, posición y status, lo que es totalmente entendible dentro de una sociedad de castas, y por ello, existen cuerpos separados como las milicias de blancos y de pardos, así como también  batallones o compañías divididos por profesión u oficio, sin embargo a pesar de la fragmentación, constituyen un aparato militar regularizado y centralizado (Guia, 2009: 18).
Al iniciar la guerra de ruptura colonial (1810-1821) las élites que se hacen con el poder, se ven obligadas a decretar el reclutamiento forzoso de todos los ciudadanos entre 15 y 50 años, y conformar milicias que con una breve formación estuvieran en el campo de batalla dispuestos para defender el territorio contra el ejercito imperial. La preparación que recibirían estas milicias republicanas consistía en instrucciones de manejo de armas y orden cerrado, a cargo de oficiales que dos veces por semana las impartían en unidades del tipo de compañías, compuestas entre 50 y 60 hombres (Guia, 2009: 20). Para sostener estas milicias republicanas y evitar las deserciones, fue necesario imponer leyes muy duras que daban pena de muerte a quien abandonara filas. Sin embargo el desempeño no fue del todo bueno, la indisciplina y la falta de cohesión en sus filas, en buena medida producto del conflicto entre castas (Guía, 2009, 20), resultando evidente que las aspiraciones de nivelación socio-económico de los pardos, negros e indios estaban en abierta contradicción con los intereses de las elites criollas al mando.
A pesar de las dificultades, se logró pasar de unas simples milicias a conformar el Ejército Libertador de Suramérica, con un alto grado de organización y disciplina. Para 1823 el ejército contaba con 32.446 hombres, de ese número 2.520 formaban el cuerpo de artillería, 4.296 el de caballería y 25.750 el de infantería (Guia, 2009: 22).
Con el pasar del tiempo, ese gran esfuerzo se fue perdiendo bajo el enorme peso de lo que implica mantener un ejército de esas dimensiones. Por un lado las deficiencias económicas de la novel República, por el otro las enormes distancias en las que se encontraban apostados sus contingentes, sumado a   las tensiones separatistas que comenzaron a aflorar entre las nacionalidades (Guia, 2009: 23).
En la naciente República venezolana, a partir de 1830 se  da final a dicho Gran Ejército Libertador, y se divide este aparato militar en tres componentes básicos: el Ejército Permanente, la Milicia Nacional y la Marina. El 2 de octubre de 1830 se aprueba la Ley de Milicia Nacional, que establecía la obligatoriedad de servir en este cuerpo a todos los venezolanos varones entre 18 y 40 años cumplidos, y hasta 60 años de edad en la milicia local, exceptuando a los empleados públicos y religiosos (Guia, 2009: 26).
El establecimiento de la Milicia Nacional en detrimento del Ejército Permanente fue el mecanismo ideado por la elite civil para procurar asumir un predominio absoluto del poder político. A un cuando en la práctica no pudo alcanzar sus objetivos, fue una característica permanente durante casi todo el siglo XIX (Guia, 2009: 26).
Se realizaron sucesivas modificaciones a la Ley de Milicias para controlar rebeliones, alzamientos, etc.,  hasta que en 1892 se procura el primer intento de profesionalización del aparato militar, que, aunque no prospera, constituye el comienzo de un camino que llevaría a la formación definitiva de un ejército profesional décadas más tarde ya entrado el siglo XX (Guia, 2009: 34).
A partir de la Ley de Servicio Militar (1933), quedaría abolido el sistema en práctica desde los primeros tiempos de la República, por medio del cual los Estados podían formar milicias armadas en caso de alteración del orden público (Guia, 2009: 82). Aunada a las Leyes de 1919 y 1926, el fiero sistema de recluta forzosa es modificado definitivamente y cambiado por un moderno servicio militar obligatorio; con ello quedaría allanado el camino para la constitución de un aparato militar profesional.

La Milicia Bolivariana
El día 23 de julio de 2009 en el Fuerte Tiuna, Caracas, Hugo Chávez Frías, entonces Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, ofreció unas reflexiones ante los 274 oficiales graduandos del III curso de Estado Mayor Conjunto de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Allí, el mandatario venezolano esbozó, dentro del contexto geopolítico actual, la nueva doctrina militar venezolana. La denominó Doctrina Militar Bolivariana. Analizó sus implicaciones para la defensa y protección del territorio, e insistió en la necesidad del cambio de visión acerca de las milicias. 
Dentro del mismo orden de ideas, manifestó el mandatario venezolano, sostenido en la unidad entre pueblo y  fuerzas armadas, lo siguiente: La milicia no puede ser vista como donde estemos los viejitos. No. Además de algunos viejitos como nosotros, tropas de combate, juventud (2009: 3)”. Con esto quedaba clara la intención de cambiar diametralmente la concepción que se tenía en ese momento de  la reserva militar, así como formar cuerpos de ciudadanos a partir del alistamiento voluntario de estos y constituir unos cuerpos de combatientes que pudieran hacer frente a  una eventual agresión exterior si así fuera el caso.
Este viraje radical en la doctrina militar venezolana implica cambios a nivel jurídico, incluso cambios en la estructura organizacional del Estado, pero sobretodo un viraje radical en cuanto a la concepción que se tenía de país hasta ese momento, de su futuro y posición ante el concierto de naciones del mundo.
Desde el punto de vista jurídico, el paso definitivo se da a partir del 21 de octubre de 2009, fecha en que se promulga la nueva Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas, modificación  definitiva de la vigente desde 2008, que por errores materiales fue necesario corregir y que, finalmente, a partir de la publicación en gaceta oficial el 02 de Febrero de 2010, comenzaría a ser vigente como lo establece el ordenamiento jurídico del País.
En el articulo N º 4, ordinal 3 de la citada Ley Orgánica se establece lo siguiente en cuanto a las funciones de la Fuerzas Armadas: “Preparar y organizar al pueblo para la Defensa Integral con el propósito de coadyuvar a la independencia, soberanía e integridad del espacio geográfico de la Nación (2010: 1)”. De esta manera queda establecido taxativamente que las autoridades militares están en la obligación de dar formación en dicha materia a los ciudadanos y así mismo organizarlos para la defensa integral de la nación.
La utilización en esta Ley del concepto de defensa integral es lo realmente novedoso, al menos en lo que a materia de doctrina militar se refiere, pues como sabemos, la idea de formar milicianos es de larga data en el territorio venezolano. Para entender dicho concepto hay que remitirse a la Ley de Seguridad de la Nación del año 2002 donde ya estaba contemplado lo siguiente:
Defensa integral, a los fines de esta Ley, es el conjunto de sistemas, métodos, medidas y acciones de defensa, cualesquiera sean su naturaleza e intensidad, que en forma activa formule, coordine y ejecute el Estado con la participación de las instituciones públicas y privadas, y las personas naturales y jurídicas, nacionales o extranjeras, con el objeto de salvaguardar la independencia, la libertad, la democracia, la soberanía, la integridad territorial y el desarrollo integral de la Nación (2002: 1).
En este artículo de las disposiciones fundamentales, el número tres de esta Ley Orgánica, ya se dispone que la defensa en primer término es una responsabilidad del Estado y de todos los ciudadanos en su conjunto, y, además de los valores fundamentales se incluye el desarrollo integral como elemento importante de la vida nacional. Aunque ambos elementos tanto la corresponsabilidad en la defensa como el desarrollo integral, ya estaban contemplados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, por tanto tienen un basamento jurídico incuestionable (León y Ortiz, 2016: 26).
Retomando nuevamente la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas, encontramos en el capítulo V, artículo 43, cómo se define con precisión esta nueva estructura de milicias que se establece con el nombre de Milicia Nacional Bolivariana: “es un cuerpo especial organizado por el Estado Venezolano, integrado por los Cuerpos de Combatientes y la Milicia Territorial destinada a complementar a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en la Defensa Integral de la Nación, para contribuir en garantizar su independencia y soberanía (2010: 6)”. Definida así, es conveniente entonces aclarar qué son estos dos elementos y diferenciarlos de manera clara.
Por una parte el Cuerpo de Combatientes, según lo plantea el artículo 50 de la misma Ley es el cuerpo conformado por ciudadanos, que organizados y adiestrados por la Comandancia General  de la Milicia, deberán estar preparados para coadyuvar en la defensa integral de la Nación. Por la otra, la Milicia Territorial, definida en el artículo 51 como los ciudadanos que organizados y registrados voluntariamente, amparados en el principio de corresponsabilidad, estarán al mando de la Comandancia General de la Milicia Bolivariana, en labores de cooperación en la defensa integral de la nación.
Ambos cuerpos quedarían bien diferenciados de lo que se denomina Reserva Militar, la cual está constituida por todos lo ciudadanos venezolanos que hayan aprobado los cursos especiales para oficiales y tropas profesionales, es decir todo aquel que haya hecho carrera militar en las Fuerzas Armadas Bolivarianas de Venezuela.
Hasta ahora todo este ordenamiento jurídico nos ha permitido  más o menos entender la estructura general de la Milicia Bolivariana, pero es meritorio  avanzar un poco más en el análisis de  las estructuras más finas que le  permiten funcionar. Al respecto, en un nivel más bajo, como sistema organizacional encontramos en el artículo 45 una estructura funcional u operacional, en la serie que va del Comando General, Segundo Comando, Jefatura de Estado Mayor, Agrupamientos, Unidades de Milicia Territorial, Cuerpos de Combatientes y los órganos operativos y administrativos necesarios, tenemos descrita aguas abajo la cadena de subsistemas que permite hacer fluir el poder para controlar dicho sistema y cumplir sus funciones.
El funcionamiento de la Milicia Bolivariana gira en torno a cuatro tareas básicas que están establecidas en el artículo 44, a saber: mantenimiento del orden interno, seguridad, defensa y desarrollo integral de la nación. Partiendo de estos cuatro grandes lineamientos desarrollan una serie de tareas específicas, las cuales están completamente definidas en el artículo 46 en 10 funciones, que van desde los aspectos más militares como “alistar, organizar, equipar, instruir, entrenar y reentrenar las unidades de la Milicia Nacional Bolivariana conformada”, hasta labores administrativas como “recabar, procesar y difundir la información de los consejos comunales”, otras funciones más políticas como “orientar, coordinar y apoyar en las áreas de su competencia a los consejos comunales” e incluso otras orientadas a contribuir al desarrollo tecnológico militar como “participar y contribuir en el desarrollo de la tecnología e industria militar”.
De esta manera, grosso modo, ya hemos definido que son estas milicias y cuales son sus funciones en tanto sistema organizacional al servicio del Estado. Podemos afirmar que en todo este dispositivo jurídico que las crea y reglamenta, hay un elemento transversal que está siempre presente en todas las precisiones que se hacen; no es otro que la doctrina de Defensa Integral, de la cual hemos hablado de manera propedéutica, pero cuyo análisis en profundidad nos va permitir avanzar hacia los niveles epistemológicos que sustentan esta nueva estructura.


Cambios en la Doctrina Militar

La Milicia Bolivariana es la expresión más acabada de ese nuevo orden constituido por la nueva Doctrina Militar Bolivariana, ya que su creación es el resultado de una serie de cambios profundos en los que hasta ahora habían sido los fundamentos del accionar de las Fuerzas Armadas Nacionales en Venezuela.
El funcionamiento de cualquier institución implica una doctrina, es decir, un conjunto de conocimientos, principios, valores y normas fundamentales, que responden al pensamiento de un colectivo y que, aplicadas a una realidad concreta, generan normas, métodos comunes, procedimientos, sistemas y prácticas que orientan la acción conjunta y conducta de las personas (Fernández, 2011,128). Siendo más específicos, al reducir la mirada al ámbito de lo militar, una doctrina militar se define entonces como el conjunto armónico y sistematizado de principios, fundamentos, educación, adiestramiento y equipamiento militar, con la finalidad de garantizar el entendimiento mutuo entre los integrantes de una fuerza armada (Ibíd.).
La Doctrina Militar Bolivariana contiene dos elementos claves ya anticipados en la definición jurídica hecha en la Ley de Seguridad de la Nación del año 2002. Por un lado, la “defensa integral”, y, por el otro, el “desarrollo integral” de la nación. Ambos términos implican cambios a niveles muy profundos y, en su conjunto, constituyen una nueva doctrina.
La “defensa integral”, en tanto acción en función de mejorar las capacidades para la defensa, entraña un giro en la visión de la guerra que se tenía durante el siglo XX. Dadas las condiciones que Venezuela tiene en cuanto a territorio, recursos y tamaño de la población, no puede pretender ser una potencia agresora, antes bien, es conveniente debido a la enorme cantidad de recursos que posee, organizar una defensa que no se base exclusivamente en el poderío militar. Esto en sí mismo no constituye un cambio, pues históricamente las Fuerzas Armadas de Venezuela no fueron concebidas para la agresión, pero sí constituye una nueva manera de afrontar la defensa. En este sentido, el desarrollo de una doctrina que privilegie la defensa es totalmente consona con el principio que prevalece entre las dos formas que adopta la guerra: ataque y defensa. Donde esta última siempre es superior a la primera. Afirmación que corresponde al gran pensador prusiano Carl von Clausewitz, el cual disertaba en su libro De la Guerra, afirmando que “la superioridad de la defensa –correctamente entendida– es muy grande, mucho más de lo que al pronto podría parecer, se explica la notable proporción que ocupan en la guerra los períodos carentes de acción, sin que esto implique necesariamente una contradicción (16)”.
El cambio en la manera de organizar la defensa nacional, si bien tiene que ver mucho con la integración de toda la población a esta labor, da vital importancia a la Milicia Bolivariana, que cumple así su función primordial, dando además un valor estratégico a la organización del territorio para tal fin. Ya el mismo decisor, quien impulsa la política pública y la concreta en nuevas instituciones, el presidente Hugo Chávez, expresa con gran convicción: “Ahora estamos obligados a defendernos, a incrementar nuestra capacidad defensiva palmo a palmo, región a región, costa a costa, río a río, llano a llano, lago a lago, mar a mar (2009: 3)”.
Basados en el ordenamiento jurídico podemos afirmar que la territorialización de la política está claramente definida en este concepto de defensa integral. La expresión concreta en normas es una estructura organizativa que divide al territorio nacional en zonas de control definidas, tomando en cuenta las características específicas de cada parte de la geografía nacional.
La Ley de Orgánica de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (LOFANB) establece con respecto al territorio nacional, en su artículo 23, una división general del territorio en regiones que denomina REDI (Región Estratégica de Defensa Integral) y dos divisiones específicas, una denominada ZODI (Zona Operativa de Defensa Integral) y otra ADI (Áreas de Defensa Integral):

Articulo 23. El Presidente o Presidenta de la República y Comandante en Jefe de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana establecerá las Regiones Estratégicas de Defensa Integral, las cuales contarán con un Jefe o una Jefa en su Estado Mayor Conjunto.
Las Regiones de Defensa Integral estarán organizadas en Zonas Operativas de Defensa Integral con su Comando y Estado Mayor y éstas a su vez, en Áreas de Defensa Integral con su Comando y Plana Mayor (3)”.

   Esta división del territorio corresponde a una visión geoestratégica que le da sentido e impregna  toda la política del Estado, y cuyo carácter  es transversal en toda la Doctrina Militar Bolivariana.
Vivimos en un mundo multipolar conformado por potencias de tamaño pequeño, mediano y grande, de acuerdo al territorio, la población y recursos que posean. En ese escenario internacional, el país debe ocupar el lugar que le corresponde de acuerdo a sus potencialidades, así lo expresó el Comandante Chavéz en su momento: “Venezuela tiene todas las características, todas las condiciones para que hoy fuera ya una potencia en el mundo. No dije gran potencia, no. El tamaño no nos da para ser una gran potencia. China es una gran potencia, Rusia es una gran potencia, Estados Unidos es una gran potencia, porque tienen un territorio gigantesco, Brasil va a ser una gran potencia (Óp. Cit.: 5)”.
Esta configuración del mundo, donde impera el capitalismo global, con grandes asimetrías en cuanto al desarrollo, donde los  recursos son inminentemente limitados, inevitablemente trae consigo el signo del conflicto. La coexistencia pacífica de las naciones del mundo debiera ser la norma, sin embargo, el modo de producción imperante presiona fuertemente sobre los recursos disponibles. Tales recursos están distribuidos a su vez asimétricamente, por ejemplo: naciones como Venezuela, con 302.810 millones de barriles de petróleo bajo su superficie, es la primera potencia del mundo en reservas probadas petróleo[i], frente a una potencia como Estados Unidos que ocupa el duodécimo lugar en reservas probadas de crudo, siendo al mismo tiempo el más grande consumidor del planeta de este recurso no renovable.
Dada una concentración tan abismal de recursos en un país como Venezuela, resultaría ingenuo pensar que no exista una tensión creciente respecto al control de los mismos. En el caso del petróleo, ya en el pasado ha generado guerras y, eventualmente, pudiera generar otras en la medida que se vayan agotando sus reservas. Si agregamos que Venezuela también posee grandes reservas de gas, recursos hídricos considerables y minerales estratégicos, la posibilidad de la vulneración de su soberanía a partir de acciones bélicas de cualquier naturaleza es algo a considerar como posibilidad latente.
Fortalecer las capacidades defensivas en el marco de este escenario es entonces una obligación permanente de cualquier Estado, más aún del venezolano, pero para ello es necesario superar las vulnerabilidades que tiene la nación. Lo primero en este sentido es deshacerse de la antigua doctrina militar y desarrollar una doctrina propia sobre la base del conocimiento y estudio de su historia, sus valores nacionales y de sus intereses estratégicos como nación. Vale la pena recordar al Comandante Chávez, quien lo expresó con mucha claridad de la siguiente forma: “La doctrina militar, la nueva doctrina que estamos creando. Ustedes con esto están creando nuestra doctrina. Estamos sacando la basura de la doctrina yanqui, que aquí nos metieron como veneno, una doctrina además anticuada, obsoleta, periclitada, apolínea, contraria a nuestros principios (Ibíd.)”.
La  construcción de la nueva doctrina militar, tiene que atender a las raíces de su pensamiento, al legado poderoso de Bolívar y los héroes del proceso de independencia nacional, tomando además para su estudio, todas aquellas experiencias existentes en el mundo más cercanas en el tiempo en relación a conflictos asimétricos. Cabe mencionar las experiencias de Vietnam, Irak, Afganistán, Libia y más recientemente  Siria, todas ellas de países que han enfrentado agresiones militares de corto,  mediano y largo alcance temporal  por potencias hegemónicas como los Estados Unidos.
En este sentido podemos decir que el sistema que mejor se adapta a las condiciones del país es el “pueblo en armas”. Según Clausewitz, este concepto implica un fortalecimiento y expansión del proceso de la guerra, al que se refiere de la siguiente manera: “El sistema de requisiciones, el enorme aumento del volumen de los ejércitos mediante ese sistema, el reclutamiento general y el empleo de la milicia son cosas que siguen todas la misma dirección (Óp. Cit.: 147)”. Es decir, queda claro aquí que incorporar a toda la población posible contribuye necesariamente a mejorar las condiciones para la guerra.
En el contexto venezolano el sistema del “pueblo en armas”, según Chávez, se basa en la propia historia militar del país, en una “guerra popular de resistencia”. Este es el concepto fundamental de la Doctrina Militar Bolivariana, y significa preparar a la población para hacer la mejor defensa posible, de manera que junto a la Fuerza Armada Bolivariana, puedan hacer de Venezuela una fortaleza inexpugnable.
Agrega el Comandante Chávez en pocas palabras un esbozo de este sistema, haciendo alusión a las memorias de uno de los líderes del proceso de independencia, José Antonio Páez: “Unos cuántos batallones desparramados, cerca de un pueblo, no inspiran temor. Pero encerrados en los más estrechos confines de una ciudad, imponen el temor (5)”.
Una guerra popular de resistencia debe desarrollarse en cada palmo del territorio, debe convertir cada asentamiento poblacional y donde quiera que haya sitios estratégicos como hospitales o depósitos de cualquier clase en fortalezas. Por tanto, implica armar y organizar al pueblo en cuerpos de autodefensa y guerrillas, que también pueden actuar como apoyo logístico propio y negárselo al enemigo, así mismo, pueden ser ocupadas en labores de inteligencia a las fuerzas enemigas por simple observación de éstas y entrega de  información a las autoridades correspondientes (Fernández, 2010: p.96).
De todo esto se desprende con claridad la importancia de la defensa integral como concepto que engrana perfectamente con el desarrollo del sistema de la guerra popular de resistencia, organizando el territorio en espacios de control (REDI, ZODI y ADI)  al mando de una autoridad militar directa, dentro de una cadena de mando que dirige el Comandante en Jefe y máxima autoridad política del país,  destinando a la Milicia Bolivariana como mecanismo para incorporar y preparar a la población en este sistema de guerra.
En cuanto desarrollo integral, el otro elemento clave dentro de la política del Estado venezolano, que es de igual manera clave en la nueva doctrina militar, permite superar las vulnerabilidades presentes en los distintos territorios, ya que si la población va a ser integrada a la defensa debe estar en las mejores condiciones para hacerlo. 
Este concepto de desarrollo tiene su clara definición jurídica en la Ley Orgánica de Seguridad de la Nación, que en su artículo 4 reza: “la ejecución de planes, programas, proyectos y procesos continuos de actividades y labores que acordes, con la política general del Estado y en concordancia con el ordenamiento jurídico vigente, se realicen con la finalidad de satisfacer las necesidades individuales y colectivas de la población, en los ámbitos económicos, social, político, cultural, geográfico, ambiental y militar (2002: 1)”.
El desarrollo entendido de esta forma estaría vinculado a la seguridad de la nación e implica para el Estado garantizar no sólo salud, educación, trabajo, vivienda y justicia, sino que además debe preocuparse por crear un ambiente favorable en el que todos los estamentos sociales tengan  acceso a los beneficios del desarrollo, procurando iguales oportunidades y en condiciones de máxima equidad posible.
Esa relación entre desarrollo y seguridad, que es de naturaleza complementaria, en tanto política de Estado, crea las condiciones para tener una fuerza armada orientada a impulsar el desarrollo de la nación, dejando de entenderse de manera simplista como  desarrollo económico del país, incluyendo dentro de esta noción  el desarrollo social, el desarrollo institucional y el desarrollo cultural, aspectos que inciden en la condición de seguridad que se pretende  alcanzar (León y Ortiz, 2016: p. 27). A manera de ejemplo, la Milicia Bolivariana cumple un papel importante en esta dirección, ya que colaborar con el desarrollo tecnológico militar es una de sus funciones específicas, pero también lo es  recabar información de los consejos comunales,  instancia de poder político más próxima a la población, lo que permite obtener información directa de la fuente en lo que se  refiere a las condiciones locales del desarrollo, según lo establecido   en el artículo 46 de la LOFANB.
En resumen, la creación de la Milicia Bolivariana implicó un cambio doctrinario en lo referente al ámbito militar, pero también generó una serie de cambios profundos a todos los niveles de la política del Estado venezolano. Rememorando a  Clausewitz “La guerra entablada por una comunidad –la guerra entre naciones enteras–, y particularmente entre naciones civilizadas, surge siempre de una circunstancia política, y no tiene su manifestación más que por un motivo político. Es, pues, un acto político (2002: 19)”. Por tanto, todo ese proceso que implica la creación de la Milicia Bolivariana, desde el ámbito constitucional como fundamento, pasando por las leyes orgánicas que norman la aplicación de la política, y alcanzando el nivel de las prácticas en la aplicación concreta en el funcionamiento de la institución creada, es una expresión de la voluntad de poder colectiva, de una visión de mundo, por tanto la expresión de una ideología claramente definida.
Es indudable que dentro de esa posición ideológica existe un compendio de posiciones conceptuales sobre el Estado, la nación, la soberanía, las políticas públicas, la doctrina militar, la seguridad y defensa, entre otros. Ese cuerpo de postulados es lo que denominamos Doctrina Bolivariana, determinante y necesaria para alcanzar una política integral de seguridad y defensa, núcleo ideológico fundamental para el desarrollo del Proyecto Nacional Simón Bolívar, que a su vez se ha expresado en los distintos planes de desarrollo económico y social de la nación.
Finalmente, queda por ver cómo evoluciona este legado en términos de política de seguridad y defensa, como resultado de ese mundo multipolar, hegemonizado por el capitalismo global, con sus evidentes asimetrías, tendrá que enfrentarse al reto que constituye un mundo donde los Estados-nación coexisten en el llamado sistema internacional con compañías transnacionales, cuyo poder económico rebasa fronteras y en muchos casos su capacidad de actuar (poder),  es  superior en capacidad al de muchos Estados, haciendo por tanto que la idea de seguridad se haya vuelto difusa. Así mismo,  enfrenta un mundo con la enorme presión del sistema por apropiarse de los recursos en creciente crisis de agotamiento, más una serie de presiones medio ambientales que hacen que las condiciones de vida sobre el planeta sean cada vez más extremas.

Bibliografía

Libros
Chávez, H. (2009) Aló Presidente Teórico N°5. Ministerio del Poder Popular para la Comunicación e Información, Caracas.
Clausewitz, K. (2002) De la Guerra. Edición Libros.Dot
Fernández, M. (2010) De la Guerra Popular de Resistencia. Historia, Filosofía, Principios Doctrinarios y su aplicación en Venezuela. Edición digital.
Guía C, Germán J. (2009) La Recluta Forzosa y su Transición al Servicio Militar 1908-1933. Fundación Centro Nacional de Historia, Caracas.
León N, Agustin E. , Ortíz D. , Jonel M. (2016) Venezuela hacia la construcción de una Doctrina Bolivariana de Seguridad y Defensa Integral. Fundación Editorial El Perro y La Rana, Caracas.
Pequeño Diccionario Larousse (1985).

Documentos Oficiales

Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela, Nº 37524, 2002
Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela, Nº 39359, 2010




[i] Datos OPEP 2019.

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