CHILE: CLAVES PARA ENTENDER EL CICLO HISTÓRICO QUE CULMINA - Una conversación con Igor Goicovic Donoso
En el contexto de la protesta que inició en
Chile durante los últimos meses del 2019, el equipo del IEC conversó con el
historiador chileno Igor Goicovic Donoso acerca de los distintos ciclos
históricos de lucha popular que ha vivido el país durante el siglo XX y lo va
del siglo XXI. A partir de ese intercambio se desarrolló el siguiente artículo
que recoge las ideas expuestas por una de las voces más rigurosas en el estudio
del movimiento social chileno.
Chile 2019: un punto de inflexión en la
construcción de la protesta popular
Hay dos formas de aproximarse al fenómeno.
Una, de ciclo corto o contingente, tiene que ver con los acontecimientos que se
empezaron a gestar a partir del año 2006 —desde la denominada Revolución
Pingüina— que, con ciclos de altos y bajos, han explicitado cuestionamientos
cada vez más crecientes al modelo de dominación impuesto por la burguesía;
cuestionamientos que son estructurales en el sentido de afectar al régimen de
propiedad, a las formas de concentración de la riqueza y a las expresiones a
través de las cuales se ha ido articulando el régimen político que ampara
precisamente esas dos condiciones. Y, por otro lado, crecientes niveles de
radicalidad desde el punto de vista de la movilización social y política, con
enfrentamientos con la represión en el espacio público, cuando ésta se
manifiesta a través de sus expresiones más brutales o despiadadas.
Ese
yo creo que es un elemento importante a tener en consideración y sobre el cual
tendríamos que volver en algún minuto. De manera que esto no es excepcional, lo
que estamos viviendo hoy día no es necesariamente un estallido espontáneo en
sentido estricto, sino que desde el 2006 a la fecha, como te planteaba recién,
se ha venido gestando un creciente cuestionamiento al sistema de dominación,
por una parte, y un creciente grado de radicalización desde el punto de vista
de la protesta popular, por la otra.
Pero,
por otro lado, y tomando en cuenta un segundo eje de análisis, de ciclo largo o
histórico, podemos interpretar los actuales acontecimientos como un punto de
inflexión en la construcción de la protesta popular. Efectivamente, en otros
contextos históricos hemos tenido levantamientos populares muy radicales, que
cuestionaron también a las clases dirigentes y al sistema de dominación, que
cuestionaron ciertas expresiones o manifestaciones a través de las cuales estos
sistemas se expresaban, pero estos niveles de extensión territorial, este nivel
sostenido de movilización de más de un mes, y estos crecientes niveles de
organización y radicalización de la protesta, yo te diría que son novedosos.
Son sorprendentes y gratamente novedosos.
A
qué me refiero, a que los motines del Siglo XIX por ejemplo, estoy pensando en
los motines urbanos de 1852, 1878, 1888, o los de comienzos del Siglo XX, como
Valparaíso en 1903 o de Santiago en 1905.
Si bien fueron expresión o manifestación de la rabia popular frente a
las condiciones de trabajo y las condiciones materiales de vida en las cuales
se desenvolvía la existencia de los sectores populares, no es menos efectivo
que fueron fenómenos localizados, se dieron en algunas ciudades y en períodos
de tiempo muy delimitados, no más de 2, 3, 4 días cuando mucho. Por lo tanto,
carecieron de la extensión territorial y carecieron a su vez de la continuidad
temporal que poseen los fenómenos que estamos observando hoy día.
No
obstante, es posible establecer algunas relaciones por afinidad entre los
fenómenos de fines del XIX y comienzos del siglo XX y los actuales, en cuanto a
que hay altos niveles de espontaneidad en el desarrollo o en el despliegue de
la protesta popular. Es decir, se trata de protesta popular que no tiene o que
carece de una conducción política clara y donde, incluso, la conducción es
normalmente superada por las
dinámicas de la movilización, esto es,
mientras la conducción aspira a una movilización relativamente
tranquila, pacífica u ordenada, que no atente contra los bienes públicos y los
bienes privados, quienes protestas, por el contrario, rompen con los cercos
impuestos por los dirigentes y subvierten violentamente el espacio público. En
ese sentido, las movilizaciones de fines del XIX y comienzos del XX comparten,
si tú quieres, elementos comunes con la movilización actual.
El
otro aspecto donde hay afinidad es en los instrumentos de combate. Es decir,
estamos en presencia de una movilización popular donde los recursos para la
defensa y el ataque son los que provee el medio. No hay un uso en de
instrumentos de contención o de ataque de rango superior, no hay armas de
fuego, por ejemplo. Y eso es algo que se da tanto a fines del XIX como en la
actualidad. De manera que lo que más tenemos son elementos contundentes, es
decir piedras, palos, adoquines. Estos son los recursos que proveen
precisamente el medio o el entorno donde se está desarrollando la protesta.
Incluso
en esta oportunidad, a diferencia de otros momentos históricos como puede haber
sido las protestas populares del ciclo 1983-1987, hay escasa organización
miliciana y hay escaso uso de bombas molotov. No es que haya ausencia total de
estos elementos, pero sí para el nivel del enfrentamiento que hemos tenido en
estas últimas semanas, es sorprendente que la bomba molotov no haya sido o no
esté siendo uno de los instrumentos más recurrentes de la protesta popular. Por
lo tanto, estamos en presencia, efectivamente, de formas de violencia popular
que están de una u otra manera en el sustrato de la cultura y en el acervo de
los repertorios históricos de la protesta popular chilena.
Por
eso, a su vez, este tipo de protestas también presenta ciertos límites que no
le permiten avanzar hacia escalones superiores de acumulación de fuerza
política y social. Es decir, se trata de una protesta que puede ser contenida
por los organismos policiales. La protesta popular, tal y como se despliega
actualmente no cuestiona estratégicamente el control policial sobre el espacio
público.
Yo
creo que esos dos fenómenos que te acabo de mencionar son relevantes a la hora
de analizar las dinámicas con las cuales se ha venido desarrollando la protesta
popular en este último período. Por un lado, los cuestionamientos cada vez más
crecientes al sistema de dominación, y, por otro, la relación entre la protesta
popular histórica y la protesta popular actual.
Institucionalización y resistencia popular:
1900 - 1970
Ahora, también es importante hacerse cargo de
que durante las primera siete décadas del Siglo XX el movimiento popular, bajo
la conducción del movimiento obrero, transitó de manera cada vez más sostenida
hacia formas de institucionalización de sus organizaciones, de sus
reivindicaciones y de sus repertorios de movilización y protesta. A qué me
refiero con esto. A que las estructuras u organizaciones de carácter más bien
espontáneo que se habían venido gestando o desarrollando hacia el Siglo XIX,
comenzaron a adquirir otra fisonomía, otra estructura, hacia comienzos del
Siglo XX; surgieron las sociedades en resistencia, las mancomunales obreras,
posteriormente los sindicatos y los partidos obreros (el Partido Obrero
Socialista, el Partido Comunista y el Partido Socialista). Este tipo de
organizaciones se convirtieron en la expresión social y política de la clase
trabajadora, tanto en su estructuración orgánica, como en la conducción de sus
manifestaciones y protestas. Es en este
contexto que se instala y extiende la huelga como instrumento preferente de
lucha de los trabajadores, tanto las huelgas locales o sectoriales, como las
huelgas generales.
Pero
ese proceso, con la crisis del régimen oligárquico en la década de 1920, va a
derivar, especialmente a partir de la década del 1930, en un creciente grado de
institucionalización tanto de las organizaciones sociales y políticas del campo
popular, como de sus expresiones o manifestaciones de lucha. De hecho, el
código del trabajo de 1931 no solamente vino a reconocer la organización
autónoma de los trabajadores, el sindicato, o sus federaciones sindicales, sino
que también reconoció el derecho de los trabajadores a la huelga. Es decir, el
principal instrumento de presión de la clase trabajadora pasó a ser un
instrumento contenido dentro de la institucionalidad política. En esa misma
línea, la lucha política de los trabajadores pasó a ser también absorbida por
la institucionalidad a través de los procesos electorales, elecciones de
alcaldes, de regidores, de diputados, de senadores, de presidentes de la
república, etc. Lo que tenemos, por lo tanto, a partir de la década de 1920 en
adelante, y mucho más con la llegada al gobierno del Frente Popular en 1938, es
un creciente grado de institucionalización del conflicto de clase. Esto es
clave para entender tanto las definiciones estratégicas, como el diseño
táctico, que adoptó la izquierda reformista entre las décadas de 1940 y 1970.
Pero
la sociedad también está cambiando, y está cambiando muy intensamente. Este es
un período en el cual se va a consolidar el mundo urbano como consecuencia de
las migraciones desde las áreas rurales hacia las ciudades, y eso permite el
surgimiento de nuevos actores sociales, como los pobladores, que no tienen un
espacio político definido, un espacio político claro dentro de la sociedad,
pero que viven en condiciones de exclusión, de marginalidad y de represión aún
más brutales que aquellas que experimenta la clase trabajadora. Mientras, en el
agro las condiciones materiales de vida y laborales de los trabajadores rurales
siguen siendo tan difíciles o tan dramáticas como las que sufrieron sus abuelos
en el siglo XIX.
De
manera que estos “nuevos actores sociales” (o como los denominó la sociología
rural de la época: los pobres del campo y la ciudad) se van a convertir no
solamente en actores sociales, sino que también en actores políticos. Actores
que irrumpen con mucha fuerza en el escenario de los años 50, 60 y 70, pero no
desde la institucionalidad, sino que lo hacen en los bordes de la
institucionalidad. Y van a ser ellos precisamente los que van a protagonizar
preferentemente las grandes revueltas populares de las décadas de los 30, 40 y
50. La revuelta campesina e indígena de Lonquimay de 1934, es precisamente una
expresión a través de la cual se manifiesta el descontento de esos trabajadores
respecto de las condiciones materiales de vida que todavía seguían existiendo
en la gran hacienda o en la gran propiedad territorial. La “revuelta de la
chaucha”, que ha sido tan comentada estos últimos días en los medios de
comunicación, tiene que ver con la precarización de la vida urbana, que
afectaba principalmente a los trabajadores desocupados o subocupados que
estaban migrando hacia los centros urbanos. El levantamiento popular de 1957 en
Santiago y en Valparaíso, también fue expresión de las condiciones precarias en
las cuales se desenvolvía la existencia de los más pobres en Chile. De manera
que se produjo una tensión al interior de la movilización popular, entre
aquellas expresiones crecientemente institucionalizadas que transitó el mundo
popular (especialmente la clase obrera), liderado y organizado por la izquierda
reformista, y estos sectores que están al margen o excluidos de las
transformaciones introducidas por el capitalismo, como los trabajadores rurales
y los pobres urbanos, que se expresaban de manera radical, y muchos veces
violenta, a propósito de las precariedades en las cuales se desenvolvía su
existencia.
Es
en ese contexto donde hay que entender el ciclo histórico que culmina, hacia
fines de la década de los 60, con la llegada al gobierno de Salvador Allende y
la Unidad Popular. Este gobierno no solamente encarnó las aspiraciones de la
clase obrera organizada, sino que también interpretó las demandas y
aspiraciones de un segmento relevante de los trabajadores rurales y de los
pobres urbanos, que confiaban en que el proyecto popular vendría a dar
satisfacción a lo que eran sus demandas históricas.
Sería
largo debatir, en esta conversación, acerca de lo que fue la experiencia de la
Unidad Popular, pero sí habría que señalar que fueron precisamente estos
sectores, los pobres urbanos y los pobres rurales, los que se pusieron a la
cabeza de las transformaciones, bajo la conducción de las organizaciones
revolucionarias y particularmente del MIR. Fueron ellos lo que lideraron la
construcción del poder popular desde las bases. El poder popular creció, se
desarrolló, se articuló y convirtió en alternativa de poder, anclado en estos
sectores sociales, entre los trabajadores rurales, por una parte, entre el
mundo indígena por la otra, entre los pobladores y entre segmentos
relativamente jóvenes de trabajadores urbanos que estaban accediendo al sistema
industrial de manera relativamente tardía. Fueron estos sectores lo que de una
u otra manera se van sentir cada vez más identificados con las propuestas del
campo revolucionario, se van a articular en torno a los comandos comunales de
trabajadores, en torno a los cordones industriales, y desde allí se van a
plantear como alternativa de poder. Van a ser esos sectores lo que van a
sufrir, precisamente, el embate más violento de la represión a partir del golpe
de Estado de 1973. Es ese quizás el momento más relevante desde el punto de
vista del desarrollo de la lucha de clases, por una parte, pero también lo es
desde el punto de vista de la organización social y política del campo popular,
y de la puesta en escena de las expresiones más radicales de violencia política
de masas, que es un eslabón relevante dentro del proceso de cambio
revolucionario.
Resistencia popular y extensión de la
protesta:
1973 - 1994
El ciclo que se inauguró con el golpe de
Estado en 1973 tiene dos momentos que es importante distinguir: un primer ciclo
que arrancó con el golpe en 1973 y concluyó en torno al año 1977
aproximadamente, que está asociado con una ofensiva represiva que no logró ser
contrarrestada ni por el movimiento popular ni tampoco por los sectores
revolucionarios. Ahora, si bien fuimos colocados a la defensiva no es menos
efectivo que los revolucionarios intentaron convertir esa condición en una
defensa activa y, expresión de ello, fue la política de resistencia popular del
MIR. La resistencia definió no sólo un horizonte político, sino que también
moral; el de la responsabilidad de los revolucionarios frente a las luchas
populares. Nuestra responsabilidad no es solo política, no sólo remite a dar
una conducción política precisa, sino que también es una responsabilidad moral
en el sentido de compartir el destino que los sectores populares enfrentan
cuando se produce la ofensiva contrarrevolucionaria. Yo creo que, en ese
sentido, los revolucionarios en Chile y particularmente el MIR, dieron un
ejemplo político y moral de las tareas que había que asumir en el ciclo más
duro de la violencia represiva. Y eso se saldó con un costo muy alto, no
solamente por los compañeros que murieron o que fueron torturados a lo largo de
todo este período, sino porque también resquebrajó las lealtades respecto a la
organización. En este período muchos compañeros experimentaron este
desgarramiento y abandonaron las filas de la organización, y lo hacen en el
momento en que se inicia el proceso de reanimación de las luchas populares.
Efectivamente,
hacia fines de la década de 1970, se produjo un lento pero sostenido proceso de
reanimación de las luchas populares. Estoy pensando en las movilizaciones
obreras del primero de mayo de 1978, en la huelga de los trabajadores de Panal
de 1980, el paro de trabajadores portuarios de 1981, la huelga de trabajadores
que estaban construyendo la represa de Colbún-Machicura en 1982, las romerías
conmemorativas del 11 de septiembre en los difíciles años de 1978, 1979 y 1980,
las movilizaciones de las agrupaciones de derechos humanos, etc. Es decir, hay
un ciclo que se inauguró hacia 1978 (no espontáneamente en 1983 como sostienen
algunos), del cual son responsables los militantes revolucionarios del período
y que permitió la irrupción masiva de la protesta en 1983. Esas formas de
movilización son las que de una u otra manera van a ser capitalizadas por las
organizaciones revolucionarias, particularmente por el MIR, a efectos de
implementar la Operación Retorno. En ese sentido, la Operación Retorno no sólo
pretendía instalar en el país un número importante de cuadros con formación
militar en el extranjero, a objeto de retomar o de asumir las tareas de la
resistencia, sino que, además, va a colocar en el centro del quehacer político
de los revolucionarios el combate a la represión, al terrorismo de Estado, que
operó como el componente fundamental del proceso de institucionalización del
régimen y de asentamiento del modelo económico neoliberal.
El
MIR lo que hizo, a través del desarrollo de la lucha armada, fue cuestionar las
bases fundamentales sobre las cuales se construyó el sistema de dominación en
Chile a fines de la década de 1970. Es decir, operó a través de la lucha armada
para cuestionar el modelo económico de mercado, por una parte, y para combatir
el régimen político institucional que cristalizó en la Constitución Política de
1980. De ahí la relevancia de asociar la política del MIR en ese período con
los cuestionamientos que hoy día se le formulan al modelo económico y a la
Constitución Política de la dictadura. Estos, no nacen hoy día,
no se construyen hoy día. Nosotros, hoy día, somos herederos de los
cuestionamientos que ya en su momento los revolucionarios levantaron, agitaron
y desplegaron.
Ahora,
y aquí está quizás lo más interesante del fenómeno, a partir del año 1983, no
solamente hay una extensión de la protesta popular y de masas a nivel
territorial, y quizás ese es el fenómeno que guarda mayor relación con lo que
estamos observando hoy día, sino que también hay un creciente grado de
radicalización en las formas de lucha que el movimiento popular se comienza a
dar a sí mismo. Esta extensión y radicalización de la lucha de masas es la que
va a permitir, a su vez, el surgimiento de nuevas organizaciones
político-militares. La política de la Rebelión Popular del PC y la creación del
FPMR (Frente Popular Manuel Rodríguez) fueron elementos fundamentales en dicho
proceso; pero también lo fue la creación de las Fuerzas Rebeldes y Populares
Lautaro. Por lo tanto, el campo de la organización, pero también el campo de la
acción política revolucionaria se amplió significativamente, y se amplió
precisamente en el contexto en el que los sectores populares, los trabajadores,
los pobres urbanos se estaban desplegando de manera más masiva y más radical en
el enfrentamiento con la dictadura.
En
ese punto no solamente rescato lo que fue el desarrollo de las organizaciones
armadas en términos más profesionales, como pudo haber sido el FPMR o la
Estructura de Fuerza Central del MIR, sino que rescato también lo que fue el
creciente grado de involucramiento de los sectores populares, y particularmente
de los jóvenes urbanos populares, con las milicias de la resistencia popular,
con las milicias rodriguistas o con el MJL. Hay un crecimiento en ese sentido
muy significativo no solo de la militancia, sino que de la capacidad de
conducción que esa militancia tuvo sobre los sectores populares en función del
despliegue de las estrategias rupturistas.
Yo
creo que ahí hay lecciones que son tremendamente importantes, que se deben
internalizar y discutir, pero no necesariamente replicar mecánicamente a
efectos de respondernos la pregunta ¿de qué manera somos capaces de asumir o
tener una efectiva conducción de las luchas populares y revolucionarias que
está desplegando nuestro pueblo hoy día? Sobre todo, es imprescindible hacerse
cargo de las razones o de las causas de la derrota. Porque este movimiento,
entre 1987 y 1994, experimentó una derrota que no fue solo política, no fue
solo militar, sino que también fue social. Es decir, perdimos el respaldo,
perdimos el apoyo, y por lo tanto perdimos el anclaje con los sectores
populares. Al perderlo se le facilitó el camino a la contrainsurgencia para primero
cercarnos e, inmediatamente después, aniquilarnos. En ese sentido se cometieron
errores políticos, asociados especialmente a lo que en su momento se denominó
el cortoplacismo. Es decir, entender que la ejecución del tirano, o
eventualmente algún tipo de accionar insurreccional relativamente exitoso,
podía llevarnos a un cambio más o menos rápido del sistema de dominación,
colocando todos los recursos y todos los esfuerzos en función de la consecución
de esos objetivos —la Sublevación Nacional—. Cuando eso fracasó, lo que se
logró fue pavimentar el camino a la salida pactada entre la oposición burguesa
y la dictadura, es decir, el camino a la derrota estratégica. Luego, “la guerra
de aparatos”, en la que de una u otra manera nos enfrascamos los revolucionarios
entre 1990 y 1992, terminó por liquidar a una parte importante de los mejores
cuadros de la insurgencia, pero a su vez también y como efecto colateral del
mismo, a las organizaciones políticas en las que éstos militaban. Las
organizaciones político-militares entraron en una crisis profunda hacia 1994 y
eso es consecuencia de la derrota estratégica en 1987, y de la derrota de la
política de aparatos, con la cual las organizaciones revolucionarias
enfrentamos el proceso de transición que la oposición burguesa estaba liderando
en ese momento.
Yo
creo que esos elementos también deben ser tomados en consideración a la hora de
asumir o entender cómo nos posicionamos en la actual coyuntura y cómo nos
construimos al interior del movimiento popular.
Aspectos fundamentales de la lucha que se
viene
Ahora bien, el actual proceso es
evidentemente heredero de aquella trayectoria a la cual hicimos referencia,
pero también se desenvuelve o se desarrolla en un contexto histórico que es
específico, por lo tanto, asume rasgos o características que le son propios. En
ese sentido, yo creo que es importante destacar tres aspectos que pueden ser
muy importantes de cara al desarrollo ulterior que va a tener el proceso en los
próximos meses:
a)
Uno, los crecientes niveles de autoconvocatoria, organización y gestión de la
demanda y de la intervención social-popular a propósito de los acontecimientos
que hemos estado observando. Esto tiene que ver con las asambleas populares que
se han desplegado en los territorios con los cabildos que se han desarrollado
en instituciones públicas, con la formalización de demandas que no solamente
afectan al régimen institucional sino que tienen que ver con cuestiones de
orden laboral, social, empoderamiento en derecho, reconocimiento de
identidades, etc., que constituyen un acumulado muy potente y que tiene un
horizonte de transformación humanista, absolutamente ajeno en este caso al
modelo de explotación y de organización de la sociedad que ha promovido el
capitalismo en este último período. La resignificación de la identidad común y
la instalación de la solidaridad como expresión relevante de la cultura
popular, se han transformado en elementos fundamentales de la condición del
sujeto social, no sólo en su condición de explotado o excluido, sino también
como protagonistas de procesos de cambio.
Yo
creo que ese es un capital que se ha configurado, que se ha constituido y que
no va a desaparecer. Cuando se instala la consigna “Chile despertó”, lo que
efectivamente estamos tratando de reconocer e identificar es precisamente la
irrupción, con mucha fuerza, de la organización popular autónoma, de la
organización popular independiente. Y ese aspecto yo creo que va a ser clave a
la hora de reconocer los cambios y los itinerarios que esos cambios van a tener
en el próximo período.
b)
Un segundo elemento, que a mí juicio es muy importante, es el incremento no
solo de la movilización en términos de su volumen, que puede ser un dato
relevante, pero no definitivo, sino que el incremento de la movilización
radical. Es decir, el descontento no solamente se construye como ira, como
furia que devasta el espacio, sino que uno observa niveles de organización,
niveles de escalamiento, niveles de acompañamiento del desarrollo de la lucha
popular, que conllevan atención sanitaria, atención legal, atención logística,
performance artísticas y culturales que a su vez también apoyan, acompañan y le
dan sentido a la protesta y, en especial, a la protesta radical del campo
popular. Hay una iconografía muy potente al respecto, hay símbolos, están
nuestros héroes, están incluso nuestros cómics asociados precisamente al rescate
de lo popular como una expresión de una voluntad de lucha que no se va a
transar, que no se va a negociar, y eso me parece que es un capital social,
político y cultural también muy potente.
c) En tercer lugar, y este es quizás el punto
más complejo, está el campo de organizaciones revolucionarias. Las
organizaciones revolucionarias tienen que transitar un camino en este proceso,
y en ese camino tienen dos tareas ineludibles: la primera es apoyar, acompañar,
y por lo tanto hacerse carne y hacerse partícipe de las dinámicas de
organización y lucha del campo popular. No podemos estar ajenos, tenemos que
ser partícipes y legitimarnos, construirnos y reclutar en ese proceso. En ese
contexto, tenemos una responsabilidad política pero también moral. La segunda tarea tiene que ver con una deuda
pendiente que hay que tratar de saldar de la manera más rápida posible, y esa
es la unidad de los revolucionarios. El campo revolucionario no solamente tiene
desafíos sino que también tiene responsabilidades, y una de las
responsabilidades que probablemente está a la orden del día es la de avanzar
hacia procesos de unidad cada vez más significativos, cada vez más sólidos.
Pero no en el sentido de la “pegatina”, o de la adición por el requerimiento de
la coyuntura, sino en función de los requerimientos programáticos y de los
requerimientos estratégicos que supone la lucha popular en el actual escenario
histórico. Tenemos que avanzar más que hacia la unidad orgánica, hacia la
unidad programática, es decir establecer un programa político común, y hacia la
unidad, en términos de acompañar y respaldar las formas de acción y
movilización de los sectores populares. Esto tiene que ver, como lo
comentábamos hace un rato atrás, con las experiencias históricas que nosotros
hemos venido acumulando en el plano de la protesta popular y que es necesario
sistematizar y transferir a efectos de cualificar de mejor manera las
estrategias de enfrentamiento que los sectores populares debieran desplegar de
aquí, no solamente a los próximos meses, sino incluso los próximos años. Hay un
escalamiento ascendente en las formas de lucha que los revolucionarios tenemos
que ayudar a definir y que en el desarrollo de su proceso tenemos que acompañar
sistemáticamente.